Como bien argumenta el enunciado, es muy posible vivir mucho mejor con mucho menos. Yo vengo de una familia bastante humilde donde, desde que recuerdo, siempre se ha dado mucho valor a la manera de gastar y emplear el dinero.
Cuando éramos pequeños, nuestros veranos los pasábamos en el pueblo donde podíamos estar en la calle hasta altas horas de la tarde-noche sin que tu mamá se preocupara. Nunca se necesitaba el dinero a no ser que pasara el camión de los helados. Éramos felices sin nada, sólo en la plaza o el campo. Los juegos de mesa, las caminatas con cantos, el simple hecho de estar en la plaza sentados... era lo que nos gustaba. Hoy los niños ya no se divierten como antes. Se aburren de todo con mucha frecuencia y para colmo exigen la atención de sus padres, cosa que antes no pasaba.
A día de hoy, acompaño a una abuelita por las noches. Este hecho hace que también pueda observar que con poco se es feliz. Esta abuelita vive sola en la montaña. Hay vecinos alrededor que comparten las frutas de la tierra. Para mí es un goce levantarte y desayunar con el pan que se hizo el domingo, el aceite que cosecha el vecino y los tomates y aguacates que regala la tierra, por no hablar de la sabrosa sobrasada que llega de casa de Eulalia. Casi puedes oler el manjar cuando hacen la matanza.
Así pues, y resumiendo, quiero compartir la opinión de Serge Latouche cuando dice que no hay que volver a los tiempos de antes, pero sí que habría que fijarse en cositas que nos nutrirían y harían nuestras vidas mucho más felices sin tener que gastar o alimentar el ego.
Irene Fernández (Accés CFGS)
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