SALTAMONTES
Todo el mundo sabía que era una mujer saltamontes. Sólo
había que mirarle las patas largas y delgadas. La llevamos a casa y la metimos
en un bote de cristal, después de encontrarla entre las calabazas del huerto.
Pasaron meses hasta que apareció un tipo con un chaleco verde y sombrero
preguntando por una amiga que había perdido. Le enseñamos el bote. “No es ella”,
djo exhalando un suspiro de alivio. Pero antes de que traspasase el umbral, una
voz hueca exclamó: “Pepito Grillo, mientes más que hablas”. Y se la tuvo que
llevar.
Manuel Monjo (3r ESPA)
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